Y entonces llegó ella
y le miró a los ojos,
de la forma más dulce que supo,
olvidando todo lo demás.
Y sus ojos, aún brillantes,
hablaron por él:
"He llorado,
con furia y con calma,
y cada lágrima derramada
era una una alegría recordada o un dolor sufrido."
Y ella tomó su mano entre las suyas,
con la misma dulzura de su mirada,
y la apretó con fuerza
y la llevó a su rostro.
Aquellos ojos serenos,
que hacía poco le habían mirado,
se cerraron
y cayó una lágrima.
Y al rodar por su mejilla,
se paró en su mano,
mojándola,
refrescando su dolor con el llanto de ella.
Y sus ojos, enrojecidos,
se abrieron de nuevo,
mirándole
con la misma dulzura.
Apartó su mano
y, sin soltarla ni secarla,
la llevó a su regazo
y le dijo:
"No quiero que vuelvas a llorar solo,
mientras tenga tu mano en la mía,
porque en la amistad, como en el amor,
se comparte todo.
Y si ríes, reiré contigo.
Pero si lloras,
como has visto,
lloraré a tu lado."
Y, con un gran esfuerzo,
él la sonrió
y apretó su manos entre las suyas
y ella sintió que estaba mejor.
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